Siempre me han conmovido los libros que, a su modo, son tan ambiciosos que pretenden reinventar la vida, que tienen en sus fueros internos y en su lógica secreta la intensión de reescribir la vida, de refundar la existencia y crean para tal motivo, símbolos y alegorías que intentan tal pretensión. Muchos de estos alucinados libros —y Latinoamérica tiene una tradición en ese sentido— suelen crear una mitología donde refundar esa existencia. Siempre pensé que, a diferencia de los países del primer mundo, en esta parte del mundo que vivimos en países fracturados, incompletos, fracasados, impuestos sobre la violencia, el abuso y sacrificio de miles, son el lugar ideal donde estos proyectos se hacen justos, necesarios. Lugares desde donde se tiene que reinventar todo, imaginarlo todo nuevamente. Y esta escritura nace desde sus cenizas, de una vida incompleta, del polvo nacido de los restos de una civilización muerta y una sociedad impuesta a sangre y muerte, y solo ahí, sobre esos restos de miles de corazones pobres, miserables, tercermundistas, tendría que nacer una poesía donde no se trate de cantarle a un gatito o sublimar tus sentimientos pajeriles, no. Se trata de reescribir la vida, la existencia. Es en estos delirantes proyectos, ambiciosos, gigantes, donde he encontrado las formas más originales y honestas de hacer poesía. No hacer poesía para pasar el rato como un hobbie, sino para dejarlo todo, sino para morir en el intento. Porque sino qué tiene un niño sudaca —pobre y feo— nacido en nuestros países en ruinas sino justamente su corazón —hermoso y valiente— y la imaginación desbordante para cantarlo. Podemos contar muchos poetas de ese vuelo, de ese talante, de ese brillo y ambición, desde México hasta Chile hemos sido fecundos y especiales por eso. Hay mucho ciertamente que revisar, pero creo que el siglo XX es el Siglo de Oro de la poesía latinoamericana. No tenemos mucho más tampoco, hemos nacido más o menos muertos; es decir, nace desde la muerte y los restos para reescribirlo todo. Tal vez en esa línea pueda inscribirse el libro que hoy nos ocupa, , de Jesús Lévano. Y aunque probablemente todavía ∃ esté muy lejos de ese cometido inicial es, sin duda, ese el aliento y la ambición que lo mueve.

Tocando en El triángulo Cadmio, Marzo 2012. Foto de Crhistian Bafomec.

He tratado de recordar algún momento de los muchos que pasé con Jesús Lévano para poder describir a mi enigmático amigo, a pesar de que vivimos unos años juntos y compartimos varias de las aventuras literarias más interesantes que surgieron en la universidad San Marcos los primeros años de la década pasada como fundar, junto a otros amigos, C.A.C.A. Editores con la que editamos libros que truequeamos en distintas reuniones y fiestas interminables, o malentendidos que nunca fueron suficientes para romper la amistad que nos tenemos. Voy a cometer una indiscreción ahora: La primera vez —la que ahora recuerdo— que conocí de cerca a Jesús, fue una caminata que hicimos de la San Marcos hasta Plaza San Miguel, pasando por la PUCP en esa zona muy oscura, larga y simétrica de la avenida Universitaria, era muy tarde y conversamos durante todo ese trayecto donde me contó un poco, con ese tono tan atolondrado y angustioso, su vida. Nos despedimos en La Marina. El resumen de su vida: familia rota, exotismo existencial, sus fracasos laborales, su ímpetu, su ingenuidad y su corazón curioso fue lo que recuerdo más allá de los detalles. Ese, que fue el germen de nuestra amistad, puede ser también una forma de abordar el libro de Jesús Lévano. Es decir, una vida veinteañera marcada por incipientes fracasos y retrasos de casi todo, que se empeña en embellecerla a través de la escritura donde uno, a su modo, es Dios, en el sentido que va nombrando las cosas, (re)creándoles y haciendo de esa materia la construcción de sus sueños, revelándonos otra forma de existencia y belleza. Ahí es, creo, donde radica la valentía de un libro como el de mi amigo Jesús que, en esos incipientes años, le decía ‘el poeta ultrarrápido’ por sus veloces lecturas que hacía en lugares públicos. Hacíamos, junto con otros amigos, también delirantes y bellos. Quiero decir, que esto no es una reseña sino una aproximación a su libro desde mi cariño y amistad, y con esas premisas es bastante difícil escribir algo imparcial. Así pues que, para conocerlo y ser más precisos, realicé una extensa entrevista (1.53 horas) de donde, por cuestión de espacio, transcribo estas 6 preguntas:

jesus levano

1.—¿A qué responde esta idea de tener un proyecto poético tan ambicioso? O ¿por qué no juntar unos cuantos poemitas, publicarlos y ya?

—Suelo demorarme mucho escribiendo y corrigiendo, la mayor parte del tiempo solo hago anotaciones. El concepto del libro me deja avanzar con tranquilidad, y no tengo problemas en demorarme toda la vida produciéndolo.

2.—¿Y qué pinta en ese proyecto?

—Empezó siendo parte del libro. El prefacio es un poema en transición hacia las ideas de este libro, y el epílogo es realmente el epílogo de un capítulo llamado Historia de la evolución del hombre.

3.—¿De qué trata tu libro?

—Desde hace unos años trato de escribir un libro llamado Historia del mundo. El libro pretende ser una visita rápida y arbitraria por las historias desde el Big Bang hasta el futuro. He avanzado poco.

4.—Hay en el libro una imagen fuerte del niño frente al mundo o el mundo mirado por primera vez. Esa idea va tal vez porque tu libro es una reescritura de la vida. ¿Por qué la imagen potente del niño?

—Me gustaría que mi libro lo lean y entiendan todos los niños del mundo.

5.—¿Por qué el cosmos y el infinito espacio exterior está presente en la temática de tu libro?

—Creo que es un tema que a muchos nos ha gustado desde niños. Y al preguntarme qué libro quiero escribir, he pensado en las obsesiones que he tenido desde la niñez hasta ahora: el espacio, el tiempo, la religión, la historia, la vida, la amistad y la literatura.

6.—¿Y ese título tan extraño e impronunciable? ¿Qué significa ?

—∃ es el cuantificador existencial, un símbolo usado en lógica matemática, que determina que una variable existe.

 

A veces, por supuesto, la ambición del poeta es tan grande, tan fuerte, que se ven superados por esa fuerza, y fracasa. ¿Pero no es bello ese fracaso? ¿No es conmovedoramente bello? Como en la astronomía se sabe que el brillo de una estrella depende de su luminosidad y la distancia que está de nosotros. Así, a la inversa, si conociéramos la luminosidad de las estrellas en otras galaxias podríamos calcular la distancia a la que están, midiendo sus brillos aparentes. Un día Hubble —Edwin, al que le debemos el apellido del famoso telescopio— descubrió que, aun cuando las estrellas eran muy cercanas y podíamos medirlas, tenían la misma luminosidad. Por consiguiente, si encontráramos estrellas en otra galaxia podríamos suponer que también tendrían la misma luminosidad. De ese modo podríamos calcular la distancia a dicha galaxia. Con ese delirio científico, Edwin Hubble calculó las distancias de nueve galaxias. Me gusta como opera la poesía de Jesús Lévano con demasiados referentes numéricos, astronómicos que son tan hiper que superan la referencia del texto en sí. Del mismo modo, que Stephen Hawkings dice que después de Big Bang el universo se está expandiendo, va a llegar un momento futuro, millones de años después [Jesús inserta tu cifra aquí], este se contraiga. Así, otra vez, opera la poética de Jesús. Un Niño como un Dios.

Jorge A Castillo

Jorge A Castillo

Vive en Ica. Editó, en su tiempo de curioso estudiante sanmarquino, la revista Mutantres, literatura mutante, que alcanzó 7 ediciones donde publicaron poetas de todo el país y Latinoamérica. Por esos luminosos años, y en complicidad con otros jóvenes poetas, organizó numeroso recitales y fundó C.A.C.A. Editores, una editorial comprometida y resentida. Ha publicado ócixot>crónicas_contaminadas (2015), starfuckers (2017), Mandarinas psicodélicas (2019). Desde Ica, lleva el sello El Pallar Negro Ediciones y ha armado la colección pallar_poetry_systems con la que ha publicado 4 libros de la poesía más joven de esa ciudad. El pallar_poetry_systems es un sistema de producción poética, lo más cercano a un software con un algoritmo loco, que produce libros de poesía urgente y necesaria en una ciudad tan vacía y posapocalíptica como Ica. A modo de signo, o ruta, el primer libro de esa colección es la reedición de La tortuga ecuestre, de César Moro, libro destellante y brutal que urge redescubrir sesentaitantos años después.
Jorge A Castillo

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